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Tarde de sábado

La primera vez que la vi fue en el Starbucks de Jinetes. Fue una tarde de sábado en Atizapán. Caminé hasta llegar a la cafetería y, antes de poner el cigarro en mis labios, alcé la mirada.  Vi el cielo frío de color azul. Jirones blancos navegaron por las mareas celestes y arrastraron los últimos días mi adolescencia. La vi, sentada, riendo junto al amigo que me invitó. El cabello enmarañado entre sonrisas. A pesar del frío, el sudor recorrió mi nuca y la pequeña llama del cigarro desapareció. Nunca he tenido suerte en mi vida, más que esa tarde de mis 19 años. Parecía ser un sábado anodino pero sus ojos reflejaron el horizonte. La noche comenzó a nacer y el azul se convertía en negro. El atardecer anunció el nuevo día de juventud.


Mesopotamia, Argentina

Miré la ausencia de edificios en Puerto Iguazú. En esas tierras todo se asemeja a las lomadas desde donde se escurre el agua de lluvia. No solo era Iguazú, ni siquiera Misiones, el agua recorría todos los territorios de la Mesopotamia Argentina. Entre Corrientes, Misiones y Entre Ríos, se levantó un mundo escondido más allá del vapor del agua calentado por el sol. Tras esa muralla de aire quieto, estaba encerrado un paraíso arraigado en pantanos y cubierto de agua que bajaba desde el cielo.

En el pueblo de Iguazú, el terreno era plano y convulso. Las calles en realidad eran senderos entre agrupaciones de rústicos hoteles y supermercados. El sol se reflejó en el asfalto, borrando casi por completo el color negro del alquitrán para abrir caminos a tonalidades casi blancas. El cielo, de color azul claro, hizo que me sumergiera hasta el fondo de ese océano alba. La luz me inundó la mente y el calor golpeó serenamente hasta que olvidé quien era. De pronto, no pude saber dónde estaba el horizonte, mi futuro, ni mi cuerpo. La luz invadió la existencia misma y en esa enormidad de todos colores, escuché el agua. Algún río rugió con rumor ardiente y su bruma me calentó el cuerpo. Entonces, me volví aire. Descubrí esa transformación de aquel universo blanco cuando caminé por la calle principal buscando la matera perfecta.

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