Allá a donde queremos ir

Las venas abiertas de México.

Se arrastra por el suelo del vagón. Con el único brazo que tiene, recoge basura anidada debajo de los asientos. Se detiene y sigue el tren subterráneo. Él, con una labor similar, recorre el piso con su mano izquierda y casi como si fuera una escoba barre lo que los pasajeros han olvidado. Después, recoge la basura y la pone en una gran bolsa negra, su única posesión. La piel quemada por el sol, la ropa tornada negra y un muñón que no es otra cosa más que un bulto de carne. Así es como el hombre recorre la ciudad, atravesando las venas abiertas de México. Una mujer y una niña pequeña le tienden la mano. De ropas pulcras, la pequeña jala hacia arriba el brazo. Le dice que se levante y la mujer le ofrece el asiento. La madre hace a un lado la basura y le ofrece un sándwich. Descanse, —le dice la mujer— ya puede descansar.

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