Allá a donde queremos ir

Lupita

Lupita.

A Lupita la conozco desde que yo era niño. Vivía a la vuelta de mi casa y vendía dulces. Todos los niños de las calles aledañas venían a su casa. Hablábamos con ella y con su madre. A veces, por ser tan buenos clientes, a mi hermana y a mi nos regalaba algún chocolate. Y siempre, cuando encontraba a mis padres en la calle, les decía qué tan buenos chicos éramos. Así fue transcurriendo la vida de Lupita, entre una casa que se fue haciendo vieja como ella, y dulces que ya no le permitían seguir manteniendo una vida. Su madre falleció, pero Lupita siguió vendiendo dulces. Después de muchos años, la veía cuando visitaba a mis padres, a veces vendiendo afuera de la iglesia y otras en la esquina de la calle con un puesto improvisado. Ella ya no me reconoce, tampoco escucha bien, pero le compro o le digo que luego paso por el dulce, aunque nunca regreso. Una vecina le dijo: vente, estoy sola, es mucha casa para mí, además, vienen los fines de semana vienen nietos, les puedes vender dulces. Ahora, cuando voy los domingos, veo a varios niños comiendo dulces.

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